miércoles, 15 de abril de 2009

Vive

Hacía frío, pero me apetecía tomarme mi último Cointreau en la terraza de mi casa. Sólo un batín cubría mi pálida y, ahora también, helada piel. Era mi última noche, la de los caprichos, así que me animé a fumar aquel habano que compré en Cuba el mismo día en que el tirano de Castro subió al poder. Un puro que me juré fumar en la noche más especial de mi vida, y posiblemente estaba ante ella.

Ya lo tenía todo. Yo, mi terraza, mi copa, mi puro y el sentimiento orgásmico de ir saboreando poco a poco el momento más decisivo de mi vida. No sentía el frío, ni tampoco el calor. Mi cuerpo ya no estaba helado. Era como un espíritu que sobrevolaba un mundo que ya, prácticamente, no me pertenecía.

Intenté dejar la mente en blanco para no recordar y el corazón helado para no emocionarme, pero fue imposible. Instantes y más instantes de mi vida recorrían mi cabeza mientras una lágrima sellaba cada momento como si fuera el último.

Cuando ya no me quedaron más recuerdos, cuando agoté hasta la última de mis lágrimas en un estado corporal neutro, decidí hacerlo. Me quité el batín, apagué el habano, di el último trago a mi copa y me subí a la barandilla de mi terraza…

…y cuándo iba a proclamar mi libertad a los cuatro vientos, algo me frenó en seco. Mi hijo me dijo si le podía enseñar los colores. De repente, mil recuerdos vinieron a mi cabeza, una lágrima inundó mis ojos, mi cuerpo recuperó la temperatura que no sentía…y seguí viviendo, porque todavía tenía alguna razón por la que vivir.

Esa fue la noche en la que aprendí a valorar la vida.

sábado, 11 de abril de 2009

Helando el fuego

Entonces te das cuenta que la razón es frío hielo y la pasión puro fuego. Que el pensamiento no te atrae, mientras el corazón te refugia y te enciende. Que el primero se deshace fácilmente si la pasión crece. Y que, por tanto, cuando ambos se encuentran siempre es la pasión la que nubla la mente. Sube el humo ardiendo del corazón a la cabeza y no permite que esta vea la realidad. Pero por suerte, ese humo indica que ese fuego se está acabando y que el hielo deshecho se pueda volver a formar para que, ahora sí, la razón vea con frialdad todo aquello que la pasión cegaba con sus llamas.

lunes, 6 de abril de 2009

¿Te acuerdas?

Llevaba medio año viviendo en Tokyo y el olor a sushi ya se había apoderado de mí. Cualquier calle, cualquier local o hasta cualquier prenda de mi cuerpo estaban imbuidos de ese olor que, en el fondo, ya no diferenciaba de nada, porque todo era sushi.

En otra tarde oscura y algo nostálgica decidí entrar en una tienda de souvenirs nipones. Pensé que quizás así me familiarizaría con una cultura tan extremadamente distinta a la mía. Y cual fue mi sorpresa, que al entrar al local percibí un olor distinto al de los últimos seis meses. Me detuve dos, cinco o quizás diez minutos en esa tienda, de la cual no recuerdo ni un solo objeto, para contemplar con mi olfato todo lo que su olor me transmitía. Fue así como recordé un domingo por la noche cualquiera en mi casa, con ese olor a madera mojada que me advertía que el fin de semana ya moría para dar paso a otro lunes cualquiera.

Salí de esa tienda con ganas de recordar más, y así fue. Me subí al autobús que me tenía que llevar a mi trabajo. Durante el trayecto sentí estar de nuevo en las aulas de la universidad, ya que un olor indescriptible se apoderó de mi nariz y me permitió sentir por unos minutos que volvía a ser un estudiante más.

Bajé una parada más tarde de lo normal…¡Estaba tan a gusto en esa aula de mi universidad! Luego, fui andando hasta mi lugar de trabajo, pero no sin antes entrar a un bar para comer algo. Un bar con un olor a jazmín que me hizo sentir como en casa de Pedro, mi mejor amigo y con el que me había pasado horas y horas discutiendo, fumando, riendo y escuchando música que sólo él y yo entendíamos.

Miré el reloj y se me hizo la hora, así que me despedí de Pedro. Llegaba tarde a la oficina, aunque el tiempo se detuvo en el ascensor. Empecé a imaginar un balón, los compañeros de mi equipo de fútbol y tantos sábados de gloria a mis espaldas. Aquel elevador olía igual que el vestuario en el que tantos buenos momentos viví. Un olor único a humedad afrutada.

Cayó la noche sobre Tokyo. Decidí pasear por una ciudad todavía desconocida para mí. La contaminación sólo me permitía ver cuatro pequeñas estrellas y una luna que menguaba, un escenario muy triste para alguien que estaba solo entre millones de desconocidos. Por tanto, antes de llegar a casa, entré al videoclub a coger alguna película que me hiciera compañía. Pero no necesité ningún film, porque me topé con ella. No me lo podía creer. Gisela, la mujer de mi vida, estaba allí, en ese videoclub. Cerré los ojos, respiré hondo y le di un golpecito en la espalda para que se girase. Pero no, Gisela no estaba, sólo su perfume, olor del cual siempre creí que es lo más parecido al cielo que existe sobre la faz de la tierra.

Abrí los ojos y la chica del videoclub me preguntó si quería una bandeja de sushi para llevar. ¡O no! Bienvenido al mundo real pensé. De nuevo todo olía como en los últimos seis meses, pero ya nadie me quitaba que durante un día había realizado un viaje en el tiempo y en el espacio a mi verdadera vida, a mi dulce hogar, a mis incumplidos sueños…a todo aquello que me gusta oler. A todo aquello que me evoca recuerdos…recuerdos que sólo retengo a través de olores…olores que percibe mi olfato y calan hondo en mi memoria. ¡Qué bello es recordar oliendo!

viernes, 3 de abril de 2009

El valor de una sonrisa

San Pedro abrió las puertas del cielo a tres hombres buenos. El primero de ellos era un empresario que había hecho fortuna con el acero. El segundo, un deportista brillante que había batido todos los récords. El tercero en discordia, un humilde zapatero de pueblo que había vivido en condiciones precarias durante toda su vida.

Juntos ya los tres, se pusieron a hablar sobre sus éxitos en vida. La voz cantante la llevaban el empresario y el deportista, mientras el zapatero aguardaba escuchando las lindezas que ambos contaban.

El multimillonario del acero detallaba uno por uno todos los esfuerzos que le supuso crear su empresa, mantenerla y convertirla en una de las más importantes del país. Orgulloso, repetía constantemente que una parte de sus beneficios se destinaban a obras sociales.

El deportista, conocido por ambos, explicaba cada uno de sus éxitos, sus logros, sus fracasos, sus remontadas y sus medallas. Dejaba boquiabierto al empresario y al zapatero con sus explicaciones sobre sus métodos de entrenamiento, sobre sus anécdotas con otros deportistas y sobre el mundo de élite en el que le tocó vivir. Además, no dudó en resaltar su labor como embajador de una ONG que ayudaba a paliar el hambre en África.

Se hizo el silencio después de que el empresario rico y el deportista hubieran agotado ya todas sus hazañas vitales, sin que el zapatero se iniciara a contar las suyas. Los otros dos le insistieron en que se animara a contar su vida, que no se avergonzara, que él era igual que ellos. Pero el zapatero no parecía estar mucho por la labor.

El humilde hombre se había pasado toda la vida trabajando entre zapatos, con un sueldo mísero y sufriendo todas las penurias habidas y por haber. Nunca había conocido el lujo y, además, su mayor reconocimiento no había traspasado las fronteras de su pueblo. Por todo ello, el zapatero creía que era perder el tiempo contar una vida tan vacía y pobre, así que se limitó a relatar su última experiencia vivida antes de morir:

“Iba paseando por el pueblo un domingo por la tarde, el único momento de la semana en el que podía disfrutar. De repente, oí como un niño lloraba enfurecidamente detrás de unos matorrales, por lo que no dudé en acercarme. Encontré, detrás de cuatro matojos, un rostro pálido y triste bañado en lágrimas. No le pregunté que le pasaba, sino que decidí acariciarle el pelo y hacerle un truco de magia. Me escondí un pétalo de rosa en una mano y le invité a que adivinara en cuál de las dos manos se encontraba. Escogió la derecha, la abrí y estaba vacía, como él. Entristeció al fallar, pero de seguida abrí la otra mano y saqué una rosa entera que situé rápidamente encima de su oreja. El chico esbozó una sonrisa y sus lágrimas se secaron de golpe. Luego, me dio las gracias.”

Al oír la historia, el empresario y el deportista también sonrieron durante unos instantes…instantes en los que pensaron en el nulo valor que tenía todo ese dinero o toda esa fama sin historias como estas. Luego, le dieron las gracias al zapatero.

viernes, 27 de marzo de 2009

No te escondas, eres libre

Promueve la república francesa que el hombre es libre, fraterno e igual. Bonito, si no fuera porque la última, la igualdad, es una imposibilidad desde que nacemos hasta que morimos. Por tanto, utopía.

Bien, centrémonos en la libertad, aquello que anhelamos, como la felicidad, durante toda la vida. Entendemos, entonces, que la libertad es aquello que no entendemos. Por tanto, ¿cómo definirla? Intentémoslo con un cuento. Pero antes, una cuestión clave : ¿es lo mismo escoger que elegir? No, claro.

Cada día una hormiga iba a buscar unos granitos de trigo cerca de su cobijo. Era lo que estaba más cerca, lo más seguro y lo que sus padres le obligaban a hacer. Así se pasó años y años en busca del maldito trigo con el que se alimentaba. Un trigo con el que no se sentía libre. ¿Por qué? Porque ella quería arroz por encima de todo. Porque era lo que más deseaba en este mundo, pero nunca lo tuvo. ¿Por qué¿ Porque no quiso ser libre. Sí lo era, pero no quiso. No quiso porque sus padres le daban la opción de escoger entre el trigo o morirse de hambre y ella, lógicamente, escogía trigo. Pero si hubiera usado su libertad, es decir, si hubiera elegido, se hubiera alimentado a base de arroz. Al final, la hormiga, que jamás comió arroz, murió con la sensación de que nunca fue del todo libre.

¿Cómo relacionamos libertad con escoger y elegir? Fácil. Somos libres de nacimiento, por tanto, podemos elegir desde que nacemos. Es decir, podemos luchar por aquello que creemos que es mejor, y no sólo por aquellas opciones que nos ofrecen. ¿Y por qué no elegimos? Porque somos tan débiles que ponemos en manos de la vida nuestro porvenir, nuestra libertad y, en definitiva, nuestra vida, por eso intentamos siempre escoger entre la mierda que nos dan, y no elegir el oro que queremos. ¿Que qué necesitamos para elegir en vez de escoger? Pues voluntad.

jueves, 26 de marzo de 2009

El somriure de la vida

Un nét li preguntà un dia al seu avi, mentre el sol ja s’amagava en ple estiu, per quina raó aquell arbre que tenien davant de casa era anomenat El somriure de la vida. L’avi, d’immediat, somrigué. El nen, estranyat, no entenia la reacció del seu avi, al qual li demanà que li expliqués l’origen d’aquell nom i d’aquell somriure. L’avi, encara somrient, li va dir que li explicaria la llegenda que corria al voltant d’aquell arbre, i només així entendria el perquè d’aquell somriure.

El nét, impacient per escoltar la història, es posà els punys sota la barbeta moments abans que l’avi comencés a desxifrar l’enigma:

Diuen els savis que fa uns tres segles va arribar a la comarca una gran sequera, degut a que no va ploure en un any. Els habitants van començar a veure perillar, primer, les seves collites i, després, les seves vides. La naturalesa que rodejava des de sempre al poble anava desapareixent poc a poc. Els animals, mancats d’aigua, morien un darrere l’altre, de manera que tot el que abans era una estora verda i frondosa s’havia convertit en un desert sense vida. Els habitants cada dia anaven perdent més l’esperança, ja que semblava impossible que un gran diluvi els salvés del desastre. I on primer es perceberen els efectes devastadors que aquesta sequera destructiva tenia en l’home era als rostres de cada un dels individus que estaven patint la tràgedia. Els somriures ja només eren un simple record. Les cares pàl.lides i tristes acompanyades de llàgrimes regnaven en un poble sense ànima ni quasi bé vida. Cada dia els hi costava més, a cada un d’ells, buscar una raó per seguir vivint. Però un dia va succeir un fet meravellós i imprevisible. Un fet que ens dóna sentit avui dia a tu i a mi. Diuen que quan els habitants del poble ja estaven més a prop de la mort que de la vida, un noi del poble, en aquell mateix lloc on està situat l’arbre, va veure un núvol que s’apropava a la comarca. Un núvol molt negre, tant, que semblava que podia portar pluja. Aquell núvol, que mai va exisitir, va provocar en el noi un somriure, un somriure que li causà una llàgrima, una llàgrima que va caure a terra. I un mes després d’allò, i en aquell mateix lloc, va començar a germinar un arbre. Un arbre que omplí de llàgrimes als habitants del poble, unes llàgrimes de felicitat, precedides de somriures, que allà on caieren germinaren un nou arbre. I així, diuen que, somriure a somriure i llàgrima a llàgrima, aquell desert mortífer va tornar a ser per sempre més i fins al dia d’avui una estora verda plena de vida.

El nen es quedà un minut pensatiu i s’apropà a acariciar l’arbre. Instants després li preguntà a l’avi: “No entenc una cosa. Per què el nen somriu i plora de felicitat si el núvol no existia?

L’avi, que es fera la mateixa pregunta quan el seu avi li explicà la història li contestà: “Perquè aquell núvol era l’esperança...l’esperança que ja només tenia aquell noi en tota la comarca. Una esperança que es reflectia en el seu somriure, un somriure que es plasmava en cada llàgrima, cada llàgrima de felicitat”.

El nen, conclugué: “Per tant, afrontar els problemes amb esperança és l’únic que ens pot fer somriure en moments difícils, i així acabar plorant llàgrimes, no de tristesa, sino de felicitat.

Després, l’avi i el nét s’abraçaren amb un somriure i una llàgrima en el rostre.

lunes, 16 de marzo de 2009

No te preguntes qué puede hacer la vida por ti; pregúntate qué puedes hacer tú por ella

Desde Aristóteles, con su Ética para Nicómaco, hasta Will Smith, con En busca de la felicidad, el hombre lleva toda una vida intentando resolver el que yo considero el mayor misterio de la humanidad: ¿qué es la felicidad?

Instintivamente, cuando oímos la palabra felicidad solemos imaginarnos tumbados en una hamaca en el Caribe rodeados de la mejor compañía posible (que cada uno le ponga nombre a esa supuesta compañía). Este paraíso es la felicidad durante el medio minuto que nos permitimos soñar, pero luego la realidad es muy distinta. Y con ello no quiero decir que la felicidad no sea también dinero, o lujo u ocio, no. Todo ello son complementos de la felicidad, es decir, ítems que nos pueden ayudar a proyectarla (y, en ocasiones, pueden provocar un efecto contrario, según el uso que se haga de ello).

Lo que realmente es la felicidad es un estado interno agradable, tranquilo, de autorrealización. ¡Qué fácil es escribirlo, pensarán, pero qué complicado es alcanzar ese estado en muchas ocasiones, o en cantidad de años! De acuerdo, decir que la felicidad es estar simplemente bien es fácil de escribir y difícil de conseguir. Pero esa dificultad radica en un punto clave. Ese punto se llama existencia. Y por ella pasa nuestra felicidad.

Sin duda, todo hombre cuerdo reconoce que existe, pero no todo hombre acepta su existencia. Porque aceptar nuestra existencia es mirarnos y, luego, mirar a nuestro alrededor y vivir con aquello que esta vida nos ha dado. Quizás no me explique bien, y les sea más fácil entender este concepto de existencia si leen el libro El hombre en busca de sentido de Viktor Frankl, sin duda una obra maestra de la sicología. ¿Qué nos dice este libro? Pues que el primer paso para vivir es aceptar la vida que nos ha tocado vivir, léase, nuestra existencia.

Es posible que todavía no relacionen felicidad con existencia, pero el vínculo es muy estrecho. Y sino piensen porque un niño de un país subdesarrollado puede ser más feliz que un chico occidental rodeado de los mayores lujos. Seguramente, porque el primero acepte que ha de intentar disfrutar al máximo con lo que le rodea (afirma su existencia), mientras el segundo sigue pensando que todo lo que tiene es poco (niega su existencia).

Con este texto no busco resolver el mayor enigma de la humanidad, aquel que nos pasamos toda una vida intentando solucionar. Sólo quiero transmitir aquello que considero esencial, que es aceptarnos y aceptar lo que nos sucede. Por tanto, cuando tengan un problema, acéptenlo, no hay más, e intenten vivir con él hasta que se solucione. Pues como digo en el título del texto, no hay que esperar que la vida nos haga felices, sino que debemos hacer feliz nuestra vida; no la que deseamos, sino la que nos ha tocado vivir.

martes, 10 de marzo de 2009

Diálogos internos

R: ¿Por qué siempre me puteas?
P: ¿Cómo?
R: Sí, lo que oyes, que eres peor que el diablo.
P: Perdóname ángel celestial…
R: Es que siempre impides que todos conozcan mi versión.
P: Será que yo soy más atrayente que tú.
R: Sí, me jode reconocerlo, pero así es.
P: Entonces, ¿de qué te quejas?
R: Pues me quejo de que todos aquellos pocos que te abandonan y acaban apostando por mí, siempre, y siempre, terminan rechazándote y se alegran de haber venido a mí. Pero son pocos.
P: ¡Ja, ja!
R: ¿De qué te ríes sinvergüenza?
P: De que es gracioso, porque los muchos que se quedan conmigo siempre acaban rechazándome y se lamentan a cielo abierto no haber llegado hasta ti.
R: ¿Y por qué los retienes contigo?
P: Porque mientras están en mis manos parecen felices…
R: …¡no!, están cegados…
P: …y parece que no te necesitan…
R: ¿pero cuándo llega el final, qué sucede?
P: He aquí la cuestión. Me odian, me desprecian y desean haberte conocido antes.
R: ¿Qué concluyes, entonces?
P: Pues que soy un delicioso caramelo que atrapo en segundos, hago disfrutar por instantes y puedo matar para toda una vida.
R: ¿Y yo qué soy?
P: Aquel que siempre toma la decisión correcta. Aquel que se esconde tras de mí, o quizás aquel al que yo no dejo ver.
R: …así es…
P:…pero, por qué no reconocerlo, eres a la larga el que beneficia a todos.
R: ¿Te has dado cuenta de una cosa?
P: No, dime…
R: ¡Que te he hecho razonar!
P: Quizás todo consista en esto…en hacer razonar a la pasión.

(Lo que discutirían la razón y la pasión en cualquier instante, en cualquiera de nosotros...)

viernes, 6 de marzo de 2009

Caminem, doncs

Camina l’home per un fil prim, molt prim, que sovint té baix seu una xarxa en la que amortiguar els cops, tot i que en altres ocasions no hi és. És un fil que molts cops s’eixample, que es tensa, tot i que altres cops s’estrany i es debilita. Efectes que depenen de com un col·loca el peu en cada pas, de la confiança amb el que ho fa i de la sort, l’atzar o la divina fortuna que en aquell moment ens acompanya. És en tots aquests aspectes amb els que juga l’home mentre fa camí per un fil inestable que només ell pot convertir en estable. Perquè l’home no pot caure en el victimisme de pensar que tot falla per la seva mala sort, o per un vent que bufa en contra, no. L’home ha de saber controlar totes les causes que li siguin possibles fins el punt que pugui. Fins i tot l’atzar és controlable. No ell en sí, però sí en el sentit que podem jugar amb ell. Com també podem fer-ho amb aquests factors externs que, d'alguna manera, ve representat pel vent. Només nosaltres decidim quan debem donar un pas, quan debem aturar-nos o, per contra, quan és més propici realitzar un pas enrere.

Encara que no volguem, les persones avancem, sí o sí, en el fil. Tot i que ens aturem, sempre hi ha una força que ens empènyer a seguir endavant. Ara bé, la qüestió és com debem seguir endavant, com aprofitem cada pas, com hem aprofitat cada metre que hem deixat enrere. És per això que mai hem d’intentar estar massa aturats, perquè serà la pròpia força de la vida la que ens farà avançar, tot i que no ho haguem disfrutat aquells metres que deixem ja enrere.

¿I cal mirar abaix? ¿Per què no? L’home té el gran problema d’amagar-se dels problemas, de fer-los desaparèixer. Però l’escapisme no existeix en aquests casos. El problema és i serà allà abaix i només nosaltres decidim com superar-lo. Molts cops tindrem una xarxa, una ajuda que ens salvi; però en moltes altres ocasions, i sobretot com més avancem, més sols haurem d’afrontar algunes possibles caigudes. Veritablement, no cal mirar literalment el problema, ja que així només aconseguim que aquest s’apoderi de nosaltres. El que és necessari és reconeixe’l, captar-lo, convertir-lo en una cosa pròpia i decidir-se a solucionar-lo. I normalment aquesta solució sol ser un pas endavant. Només així podrem deixar-lo enrere.

I cada una d’aquestes accions ens van fent més forts. Tant, que arriba un moment que caminem sense adonarno’s, posant el peu sempre en la direcció encertada; de manera que aquesta maduresa ens permet centrar-nos en altres qüestions, com pot ser la d'evitar possibles caigudes.

Potser a molts els hi semblarà impossible poder caminar per un fil tan inestable en el que en qualsevol moment podem caure. Però, per no caure d'aquest fil, que és la vida, només cal saber les respostes exactes en cada moment, és a dir, en cada pas. I sempre les respostes les trobarem en passos anteriors o vivències passades. Perquè, com ens diu Slumdog Millionaire, el camí que hem de seguir a la vida està escrit. Caminem, doncs.

lunes, 16 de febrero de 2009

Lo único que nos da vida

Se despertó gracias a la luz del Sol que cegaba sus ojos, y sin pensárselo dos veces se dio media vuelta para darle los buenos días con un fuerte beso, pero no estaba. Se quedó unos segundos vacilante, pero se repuso y se vistió con sus mejores galas. Fue a desayunar al bar donde lo hacía siempre y donde ella nunca fallaba a la cita, pero su silla estaba vacía. Pidió para él y, lógicamente, para ella; pero su café con leche y la magdalena que ella siempre comía se quedaron ahí, intactos.

Se fue a trabajar con una gran duda, pero intentó ponerse esa careta con la que lleva una sonrisa de par en par. Al finalizar la jornada laboral rezó para que ella estuviera esperándole en la puerta del trabajo como solía hacer en las grandes citas. Pero no, ni rastro de su belleza.

Cabizbajo empezó a andar por la gran avenida mientras el Sol se apagaba y las primeras gotas de lluvia iban cayendo sobre su cabeza. Cabeza que solo hacía que pensar en ella, en dónde estaría, en cómo la encontraría. Poco a poco, las gotas de lluvia que se deslizaban por su rostro se convirtieron en lágrimas de penuria, de dolor, de impotencia…

…Paso tras paso fue llegando a casa, a la fatídica meta donde empezó a perder esa luz que le despertó bien pronto por la mañana y que ahora, en la tenue oscuridad al final del día, le adormecía la vida. Y cuando pensaba todo eso, cuando estuvo a punto de darlo todo por perdido, giró la cabeza y le dio las buenas noches con un fuerte beso.

Estaba allí, se llamaba Esperanza.

jueves, 12 de febrero de 2009

Luz interior

Cogió sus oscuras gafas, su largo bastón y a Lázaro, su perro.
Salió de casa temprano, como siempre, para dirigirse a su “pequeño quiosco”, como el solía llamar a su puesto de trabajo. Con paso lento, pero sin pausa, fue saludando a los distintos vecinos con los que se cruzó durante los quince minutos de trayecto que siempre tenía de su casa al trabajo.

Al abrir su “pequeño quisco” se le cayeron unos papeles que llevaba, pero un niño se los recogió de inmediato. Él le dio las gracias y le acarició el pelo. Una vez montó su puesto de trabajo, salió el Sol, aunque él no se dio cuenta, en parte porque estaba disfrutando de la rugosidad de un erizo de mar que un amigo le regaló y con el que siempre se deleitaba. Normal, él tenía un tacto exquisito, con el que era capaz de identificar hasta la moneda falsa mejor imitada. No se le pasaba ni una.

A media tarde empezó a llover muchísimo, pero hasta que no salió de su “pequeño quiosco” no se dio cuenta. Pensó que quizá cogería un taxi para volver a casa, aunque luego decidió que regresaría andando bajo la lluvia, no le importaba. Ya cerrando su parada, un niño le advirtió de que tenía las gafas muy sucias. Él, risueño, le agradeció al pequeño que le avisara de aquello y le aseguró que luego se lo limpiaría.

Paró de llover cuando cerró su “pequeño quiosco” para retornar a casa. Lástima, pensó, ya que tenía ganas de que el agua le mojara para purificarse, aunque se consoló con algún que otro charco que pisaba, con el suelo húmedo por el que andaba y con el leve desliz que éste provocaba en el bastón que bien fuerte agarraba.

Al pasar por el parque de al lado de su casa, un grupo de adolescentes le preguntó entre risas qué hora era. Él, girándose y con total amabilidad les dijo que eran las ocho y media. Al instante, las carcajadas de los chicos se frenaron en seco y una leve voz espetó un “gracias”.

Jaime era ciego.

martes, 10 de febrero de 2009

Juntos los dos

Mientras que con tu dulce voz me prometías el cielo, con tu suave mano solo me dabas una nube. Mientras tus ojos me dejaban ver un gran océano, de tu lagrimal solo salía una pequeña gota. Mientras tu corazón ardía como el infierno, tú sólo eras el reflejo de una pequeña llama. Y mientras sucedía todo aquello, pensé que me decepcionabas, porque me jurabas aire, agua y fuego en todo su esplendor; aunque solo me ofrecías un pequeño resquemor. Y cuando iba a abandonar todo aquello, entre frío, aire y calor, entendí que me prometías algo que debíamos conseguir juntos los dos.

domingo, 8 de febrero de 2009

El feudo de las miradas

Cogía cada mañana el autobús 32, que me llevaba de casa al trabajo, y del trabajo a casa. Mi vida se resumía, hasta ese día, en esas tres cosas: mi hogar, la oficina y el transporte público.
Salí de casa como siempre y me esperaba un duro día en el trabajo, pero ese autobús 32 cambió mi porvenir. Una mirada fugaz nubló mi mente y alentó mi corazón. Sabía que era ella la mujer de mi vida, y yo estaba seguro que ella sentía lo mismo. No la conocía de nada, no sabía su nombre ni era capaz de imaginar su edad, pero esos ojos me decían todo lo demás. Me decían tanto que mientras nos mirábamos escribí lo siguiente en un papel:

“Las palabras son una bonita melodía al viento, el tacto una suave pero fría lana, y la mirada una profunda flecha de verdad. No hay ningún otro acto ni tipo de declaración que pueda superar el poder y la atracción de la mirada. En ella, los ojos lanzan un dardo envenenado hacia el otro, que ni las palabras pueden igualar. Ya lo decía Shakespeare: “las palabras están llenas de falsedad o de arte; la mirada es el lenguaje del corazón”. El lenguaje limpio, sin trampas, el que nunca está manipulado…La mirada es capaz de descifrar cualquier código de amor o de verdad.Nuestra mirada es incontrolable, va desde el corazón a los ojos a la misma velocidad en la que uno ya se ha dado cuenta que ha dicho un “te quiero” sin quererlo. Fugaz, irracional, pero muy pura. Así es la mirada. El primer acto de fe, de amor, de verdad…el primer beso. Inexistente si uno la fuerza, incalculablemente peligrosa si uno la intenta controlar.¿Se pierden las miradas? No, la mirada es receptiva, el otro siempre la siente. ¿O acaso no duele una flecha? Duele tanto como una mirada que no quiere ser entendida…por miedo, por orgullo…¡que más da! Este es el lenguaje que más sinceras verdades dice, que nunca miente, pero el que el humano menos entiende. Perdonen, el que menos queremos entender. Miren, entenderán.”

Han pasado cinco años de aquello y María y yo vivimos juntos y felices. Mi casa sigue siendo la misma, mi trabajo también; pero el autobús 32 es ahora aquel sitio que me hizo feliz. Es aquel lugar en el que solo existe un lenguaje, el de la mirada. Millones de ellas se cruzan cada día queriendo significar centenares de cosas. En mi caso, por suerte, esa mirada significó el amor eterno.

viernes, 6 de febrero de 2009

Hoy sólo tocaré para ti

Como cada domingo por la tarde me fui al parque que se encontraba dos manzanas por encima de mi casa. Allí me reunía una vez a la semana, y sin que él lo supiera, con el que yo consideraba el mejor violinista que jamás hubieran conocido mis oídos. Se trataba de un hombre mayor, de aspecto triste y con muy poca vitalidad; aunque todos estos aspectos los suplantaba con aquella música angelical que cada domingo inundaba mis oídos durante una hora mientras el sol se ponía.

Llegué al parque y me dirigí hacia la zona donde siempre se situaba el violinista. Pero ese día noté algo extraño, inusual. Mis oídos no percibían la dulce melodía con la que siempre me recibía mi amigo mientras me acercaba a él, hecho que me hizo pensar que por primera vez en cinco años el violinista había fallado a su cita dominical conmigo. Mis temores se confirmaron cuando no vi a mi amigo cerca del árbol en el que siempre se situaba. No desesperé. Decidí buscarlo por todo el parque sin cesar, pero no hubo suerte. El violinista no estaba. ¿Qué podía pasar? Quizás, simplemente, había enfermado, así que decidí no pensar en lo peor e irme a casa con la esperanza de que una semana después pudiera volver a disfrutar de su arte. Pero antes de marchar, quise pasar un momento por aquel árbol en el que siempre nos citábamos los dos. Aunque él y su música no estuvieran, su recuerdo me relajaría por momentos. Y entonces fue cuando descubrí algo extraño. Al retornar a ese lugar, al acercarme al sitio donde siempre se situaba el violinista, encontré un pañuelo bañado en sangre en el que se podía leer “Hoy sólo tocaré para ti”.

El miedo se apoderó de mí. Empecé a temblar, y lo que tenía que ser otro domingo angelical se estaba convirtiendo en mi mayor experiencia infernal. No sé si estuve tres, cinco o diez minutos mirando ese pañuelo sin saber qué hacer. Finalmente, decidí enterrarlo y me dirigí a casa mientras la lluvia empezó a caer sin piedad. Creo que nunca había corrido tanto y sin tener una causa exacta.

Lo único que recuerdo del trayecto del parque a mi casa es que mi mente se convirtió en un escenario dantesco en el que una fatal melodía acompañaba esas palabras aterradoras que yo había leído pocos minutos antes. Y, de repente, ya me encontré abriendo la puerta de mi edificio. Pero no me sentía a salvo. Una sensación de miedo, terror e incertidumbre me recorría el cuerpo, por lo que, supongo, empecé a llorar mientras subía por el ascensor. ¿Ascensor? Nunca había cogido el ascensor, ya que vivo en un entresuelo y siempre subía por las escaleras, pero estaba tan perdido que no sabía ni lo que hacía.

Entré en casa y me estiré en el sofá con la luz apagada. Me quedé mirando al techo mientras me secaba unas lágrimas que se juntaban con el agua que aún tenía de la lluvia. De golpe, dejé de pensar unos segundos, instante en el que oí esa música del parque, esa melodía que me hechizaba cada domingo por la tarde. Pero desperté de nuevo, volví a pensar y me aterré. ¿Por qué sonaba esa melodía en mi casa? Solo había una respuesta. El violinista del parque se encontraba en una de mis habitaciones y estaba tocando para mí. Todo encajaba a la perfección con el pañuelo que había encontrado minutos antes, así que empecé a atar cabos. El violinista se trataba de un posible sicópata que había entrado en mi casa ya que estaba obsesionado conmigo.

Ahora tenía dos opciones. O escapar o plantarle cara a ese hombre que seguía tocando sin cesar y cada vez más intensamente una de mis canciones preferidas. Y no sé porqué, decidí irracionalmente ir a la cocina, coger un cuchillo y dirigirme hacia la habitación donde estaba el violinista. Sin contemplación alguna, abrí la puerta y allí lo vi tocando con esa mirada enfurecida que siempre tenía. Le miré a los ojos y le lancé el cuchillo al cuello. Empezó a sangrar, pero el hombre seguía tocando. De repente, el violín empezó a emitir unas notas que me eran conocidas. Entonces me di cuenta que había cometido el error más grave de mi vida, y más todavía cuando el hombre, con un inmenso esfuerzo abrió la boca para felicitarme mi treinta aniversario mientras el “cumpleaños feliz” sonaba cada vez más lentamente. En ese instante, por una equivocación precipitada, maté para siempre mis domingos.

En el día de mi cumpleaños enterré la sorpresa que más ilusión me ha hecho, me hace y me hará jamás, por mucho que lo tenga que seguir contando entre rejas.