domingo, 8 de febrero de 2009

El feudo de las miradas

Cogía cada mañana el autobús 32, que me llevaba de casa al trabajo, y del trabajo a casa. Mi vida se resumía, hasta ese día, en esas tres cosas: mi hogar, la oficina y el transporte público.
Salí de casa como siempre y me esperaba un duro día en el trabajo, pero ese autobús 32 cambió mi porvenir. Una mirada fugaz nubló mi mente y alentó mi corazón. Sabía que era ella la mujer de mi vida, y yo estaba seguro que ella sentía lo mismo. No la conocía de nada, no sabía su nombre ni era capaz de imaginar su edad, pero esos ojos me decían todo lo demás. Me decían tanto que mientras nos mirábamos escribí lo siguiente en un papel:

“Las palabras son una bonita melodía al viento, el tacto una suave pero fría lana, y la mirada una profunda flecha de verdad. No hay ningún otro acto ni tipo de declaración que pueda superar el poder y la atracción de la mirada. En ella, los ojos lanzan un dardo envenenado hacia el otro, que ni las palabras pueden igualar. Ya lo decía Shakespeare: “las palabras están llenas de falsedad o de arte; la mirada es el lenguaje del corazón”. El lenguaje limpio, sin trampas, el que nunca está manipulado…La mirada es capaz de descifrar cualquier código de amor o de verdad.Nuestra mirada es incontrolable, va desde el corazón a los ojos a la misma velocidad en la que uno ya se ha dado cuenta que ha dicho un “te quiero” sin quererlo. Fugaz, irracional, pero muy pura. Así es la mirada. El primer acto de fe, de amor, de verdad…el primer beso. Inexistente si uno la fuerza, incalculablemente peligrosa si uno la intenta controlar.¿Se pierden las miradas? No, la mirada es receptiva, el otro siempre la siente. ¿O acaso no duele una flecha? Duele tanto como una mirada que no quiere ser entendida…por miedo, por orgullo…¡que más da! Este es el lenguaje que más sinceras verdades dice, que nunca miente, pero el que el humano menos entiende. Perdonen, el que menos queremos entender. Miren, entenderán.”

Han pasado cinco años de aquello y María y yo vivimos juntos y felices. Mi casa sigue siendo la misma, mi trabajo también; pero el autobús 32 es ahora aquel sitio que me hizo feliz. Es aquel lugar en el que solo existe un lenguaje, el de la mirada. Millones de ellas se cruzan cada día queriendo significar centenares de cosas. En mi caso, por suerte, esa mirada significó el amor eterno.

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