miércoles, 7 de julio de 2010

El Sol, mi hijo y mi esposa...

Me alcé en firme vuelo hacia el Sol, hacia su luz, dejando atrás aquello que más quería. Pensaba que debía seguir los designios de aquel astro que me iluminaba y al que los clásicos representaban como el Bien. Viajé un largo tiempo pensando que esa luz solar era el único camino posible hacia la Verdad. Mirar constantemente al Sol me deslumbraba y, en ocasiones, su luz se me introducía por los ojos hasta perturbarme el cerebro. Sentía que me debilitaba, y que no me aportaba todo aquello que yo esperaba en un viaje que ya no parecía tener destino alguno. Pero como suele suceder, una noche lo cambió todo. O mejor dicho, un despertar.

Todavía con la luna y las estrellas visibles sobre mi tez, empecé a contemplar el cielo. Observé atentamente todo el amanecer, y el significado que yo tenía sobre mi vida empezó a cambiar. Pude percibir como la luna solo necesita la luz del Sol en ciertos instantes. También entendí que el Sol nos ilumina cuando lo necesitamos, y no durante todo el día. Pensé, entonces, que debía regresar al sitio del que jamás tendría que haber marchado.

Regresé y allí estaban mi hijo y mi esposa esperándome. Él me daba cariño, afecto, me provocaba la lágrima. Ella me ayudaba a tomar las mejores decisiones de mi vida, me aconsejaba y me recomendaba el mejor camino cuando estaba perdido, aunque alguna vez la ignorara, por error, como cuando decidí seguir la luz del Sol.

Fue en ese momento cuando me di cuenta que llevaba años confundido. Siempre había creído que en la vida sólo hay que escuchar a la razón, intentando aplacar la pasión. Pero ahora todo era distinto. Aprendí que había un tercer elemento, que es la intuición, a la que hay que confiarle muchas de las grandes decisiones que tomamos desde la ignorancia, porque ella es capaz de contemplar los hechos de manera transparente. ¿Y la pasión? ¿Debía destruirla? No, nunca. La pasión hay que disfrutarla cada instante que uno pueda, intentando que no se apodere tanto de nosotros que no nos deje ver la luz, pero también evitando que un exceso de luz nos haga obviar la pasión. ¿Ya no me acordaba de la razón? Sí, y además creía que seguía siendo lo más importante, pero entendiendo su función. Porque el exceso de luz no nos deja ver ni disfrutar, ya que la obsesión en razonar es como un viaje a ciegas hacia el Sol. Pero como el mismo Sol, la razón sólo debe aparecer en momentos importantes, en esos instantes en que debemos reflexionar, pensar y deliberar aquello que nos beneficia y aquello nos perjudica.

Por tanto, qué es más importante, ¿el Sol, el hijo o la esposa? Los tres por un igual. Porque los tres unidos e igual de queridos forman el fluir de la vida de cada uno. Y es que tenemos que aprender que nunca debemos abusar, ni por exceso ni por defecto, de cada uno de ellos. Razón, pasión e intuición. Ellos tres nos guían en distintos momentos de nuestra vida y van construyendo nuestra leyenda. Una leyenda que nos llevará hacia el Bien si logramos que ninguno de estos tres elementos predomine; simplemente debemos saber disfrutarlos en el instante necesario.

…Y así fue como mi mujer me dijo con la mirada que observara el Sol, mientras el astro iluminaba a mi hijo, que me contemplaba con la sonrisa más bonita que jamás había visto….

lunes, 28 de junio de 2010

Aquel que supo sonreír a la vida

Sonreía. Rodeado de sus entristecidos seres queridos y cuatro paredes blancas virginales, empezaba a dibujar la escena del día de su muerte. Se imaginaba esa misma situación, pero sin su sonrisa, alrededor de sus familiares y amigos aún más afligidos y apoderados por un color negro luto en el ambiente.

Le quedaban semanas, días o quizás horas de vida. El divino había decidido que su momento estaba apunto de llegar, pero insistía en que mientras no llegase, él seguía con vida, y por tanto, debía disfrutar, como siempre había hecho. Paradójicamente, era el más alegre en esa habitación que olía a más allá. Encontraba a faltar alguna flor, algún bombón, un algo que le iluminase; aunque entendía que sus seres evitaran rodearle de elementos vitales.

Todos creían que estaba loco. No entendían su sonrisa, parecía que no era consciente de su muerte. Estaban confundidos. Era el más consciente y el que mejor sabía cuanto valía cada instante de vida, para no pensar, todavía, en aquel momento en que sus ojos fallecerían. Y ese sentimiento colectivo de locura se agrandó cuando un día pidió un deseo, su último deseo. A todos les sorprendió cuando le comentó a su hija pequeña la necesidad que tenía de oír un monólogo diario, requiriéndole un artista en su habitación.

Tenía ganas de reírse, de reírse con la vida, pero todavía aún más de la muerte. Quería que toda la familia disfrutara de esos últimos instantes, de manera que él abandonara el mundo de los imperfectos, el de los humanos, de una manera dulce y plácida.

Su deseo fue una orden, y durante dos semanas un monologuista acudía diariamente a su habitación. Poco a poco se fueron sumando más familiares, hasta el punto de que casi no cabían. Conseguían, por minutos, olvidar la condena a la que su padre, abuelo o tío estaba sentenciado. Ahora seguían llorando, sí, pero de risa.

Una mañana se despertó muy fatigado, y le pidió a su hija que ese día no viniera el monologuista, porque él haría el discurso. Le pidió que viniera toda su familia a la habitación, sin faltar ninguno. A media tarde, puntuales, se presentaron todos y él inició su parlamento. Pasaron dos horas, y seguían riendo. Empezó a recordar a anécdotas familiares, a contar secretos que nunca pensó que explicaría y situaciones ridículas. Nunca se lo habían pasado tan bien todos juntos.

Pero ese instante jamás se pudo repetir. Esa misma noche, su cuerpo fallecía después de días y días de sonrisas. Y así murió, con la sonrisa de la alegría, de la familia y del amor dibujada en su rostro. Un rostro que había tenido la oportunidad de ver, hasta el último suspiro, la alegría de sus seres más queridos, aquellos que finalmente entendieron que a la vida nunca hay que negarle una sonrisa.

jueves, 3 de junio de 2010

Diálogos en altamar

- He pasado largas noches en altamar…observando las estrellas y junto a ellas el reflejo lunar. La marea me enamoró, y cuanto más agresiva, más la adoro. No es ella la que nos golpea, sino somos nosotros que la intentamos pisar. Pero para mí no hay nada como el sol de mediodía junto a una brisa primaveral en medio del océano. Te sientes atrapado, pero por tu libertad. Si contemplas, centenares de especies animales se te cruzan en cada momento; el graznido de una gaviota, el salto de un delfín…hay que saberlo disfrutar. He tenido la posibilidad de observar días enteros, ver el gran astro de este a oeste, sin una palabra poder gesticular. El cielo te hipnotiza, y paradójicamente te encuentras en plena mar. La verdad es que no me puedo quejar de mi vida como navegante, ya que he conocido mil culturas y he podido dibujar miles de tierras que se ofrecen al mar. El agua es una bendición, y siempre la supe aprovechar. Creo que la primera vez que me maree, será cuando deje de faenar...

- Cuánto te envidio, cuánto sabes, cómo has sabido conocer y conocerte…

- ¿Envidiarme tú a mí? ¡Si lo tienes todo! Estudios, cultura, un trabajo reputado…y mira yo, no sé ni escribir.

- Sí, pero sabes contemplar. Tienes libertad.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Aquel miedo llamado libertad

Se prometió que jamás volvería a escribir sobre ello. Perjuró a todos los astros que su vieja pluma nunca mancharía papel alguno haciendo referencia a eso que tanto le dolió. Se equivocó. Pese a que lo negara, aunque aparentase vivir en una libertad absoluta, estaba condenado a ello. Por su sangre recorrían litros de tinta esperando escribir el epílogo de aquello que no terminó. Su corazón bombeaba un día sí y otro también aquella palabra que todavía seguía encarcelada en su cabeza.

Vivió para olvidar, pero se olvidó de vivir. Primero, por querer engañarse, después por miedo a liberarse. Conocía el camino para provocarse la catarsis liberadora que tanto necesitaba, pero le daba pánico dar el primer paso, ese que termina siendo más largo que el propio camino.

Su mano temblorosa amagaba intentos vitales. Su corazón latía a la misma velocidad que sus parpados se cerraban por miedo a la realidad. Entonces, en el preciso instante en que su mano se detuvo, su corazón bombeó pausadamente, y su párpado se mantuvo abierto, en ese preciso instante, volvió a escribir con su vieja pluma aquella palabra en el papel. Y se liberó.

martes, 27 de abril de 2010

El único camino

Como andando por una noche blanca de verano. Con la luna en su sitio, traspasada por una nube inoportuna, aunque necesaria, que le da al astro nocturno un sinsentido más profundo. Cada paso por la tierra, cada piedra que se mueva, cobra vida en este paseo mundano. Una farola tradicional en el centro de la plaza mayor, donde hasta hacía pocos minutos, unos jóvenes jugaban a esconderse entre los arbustos de la fuente. Y una mariposa, una mariposa que da vueltas alrededor de una luz tenue, pero viva, como si buscara la verdad sin, al parecer, conseguirlo. La noche avanza, la luna sigue en su sitio, y el mundo rueda. De repente, una brisa me agita el rostro, proporcionándome una sensación de frescor incontrolable. Mientras, observo mi cigarro medio apagado por ese viento veraniego que ha consumido su ceniza. Decido, entonces, seguir el sentido vital de la naturaleza y dar la última calada a un pitillo que jamás podré volver a fumar. Vendrán otros, pero ninguno como ese. Lo tiro al suelo, lo miro, y lo piso sutilmente. Luego, alzando la tez, miro al cielo estrellado, vislumbro la vía láctea, sonrío y me voy a dormir. Antes, pero, pienso que así deben sentirse las almas en cada instante. Almas en busca de paz interior, la única y verdadera felicidad.

martes, 13 de abril de 2010

...y despertó

No iba hacia ninguna parte. Anhelaba volver a ese instante. Su mayor deseo era dar un paso atrás, revivir aquello que erró y salir airoso. Ahora, desde la distancia, todo parecía fácil, muy fácil. Y seguía intentando retroceder. Pero sus pies no respondían. Entonces intentó avanzar. Pero no había respuesta. Seguía allí, quieto, sin moverse. Miraba al cielo, llovía. Estaba como encerrado entre dos cristales. Unos cristales que sólo le dejaban ver aquello que imaginaba, lejos de la realidad.

Su mente viajaba hacia atrás y hacia delante reviviendo momentos incorregibles, instantes irrecuperables y predicciones improbables. Olvidaba una cosa. El presente. No quería ver la realidad. No afrontaba la situación.

Revivía presentes pasados, con el objetivo principal de volver a ese instante y corregir ese fallo que le condenó. Una condena que no aceptaba, por eso seguía estéril, sin avanzar ni retroceder. Simplemente, vagaba por un mar de olas que se fueron y otras que jamás volverán.

Entonces, admitió su error. Aceptó su condena. Y dejó de sobrevolar por un futuro incierto. Despertó, y empezó a avanzar.

lunes, 22 de marzo de 2010

Un ángel al despertar

Se despertaba, casi nunca, con un ángel alado a su costado, aunque, casi siempre, lo hacía con un demonio endiablado. Este segundo, rodeado de fuego ardiente, le acompañaba todo el día, sin despegarse de su sombra. Le transmitía, a cada segundo, un ardor interno que no le abandonaba, aunque cuando, en algún momento, creía que de él se desquitaba, volvía esa sensación que se le comía por dentro. El humo del fuego no le dejaba respirar, y sus ojos se irritaban sin casi parpadear. Sólo esperaba que llegase la noche, quería volver a soñar, abandonar a ese diablo, y otro despertar. Pero allí seguía su pesadilla, sin marchar, sin cesar, sin permitirle una ilusión que disfrutar.

Alguna vez, en algún momento de su vida, despertó con un ángel vivaz. Blanco, puro, silencioso y tranquilizador. Éste, no le seguía, simplemente le daba un buen despertar y le dejaba volar. Esas celestiales sensaciones eran distintas que las de la gran mayoría de ocasiones, en las que el demonio le intranquilizaba. Cuando despertaba con la sonrisa del ángel, la paz interior le inundaba, y cada segundo sabía disfrutar. No le preocupaba nada, solo valoraba cada acto, cada gesto, en definitiva, cada instante de vida.

Pero ahora ese ángel no estaba, y el demonio, día y noche, le acosaba. La situación le empezaba a desbordar, sin saber que hacer, sin saber como obrar. Sentía pánico, angustia, y un miedo a la vida, una vida que pensó en abandonar. Pero un día entendió qué le faltaba, era aquello que sólo con el ángel encontraba. Algo que le hacía gozar, mientras la alegría le inundaba, y con penas no trataba. Empezó a querer aquello que le rodeaba, a sonreír cada experiencia que, buena o mala, la vida le regalara.

Llegó entonces un tiempo en el que demonio no aparecía. Cada mañana su ángel le protegía, y con una sonrisa le saludaba. Tenía ganas de vivir, de ser, de estar y de hacer. Pasaban días y el demonio nunca le volvió a perseguir. No entendía qué pasaba, pero esa sensación le gustaba. El corazón le latía, y no le ardía, su cabeza era un despejado y no nublado cielo, y su alma volaba, cuando antes empequeñecía.

Un día, al despertar, entendió porqué nunca más volvió a ver a su demonio. Pensaba que el ángel lo había derrotado, pero no fue él, sino ella. Había sido ella desde el mismo momento en el que decidió afrontar todo lo que le rodeaba, dícese la vida, con el mismo nombre que tenía ese ángel que hasta siempre le despertara. El ángel, ilusión se llamaba.

jueves, 4 de marzo de 2010

El valor de lo anterior

Vivimos en un inconformismo constante. Desde que nacemos, el acto más bello de todos, lloramos. Lágrimas de un dolor apasionado en ese instante, y de un alivio incomprendido con el paso del tiempo.

Nunca valoramos suficientemente lo que tenemos. No es un tópico, es un defecto humano. Vivimos el presente, que como bien dice la esencia de la palabra, es eso, un regalo; sin quererlo, sin valorarlo, solo los vivimos. Quizá el clásico Carpe Diem no esté a la altura. Quizá el contemporáneo Vive la vida deba convertirse en Entiende la vida.

Y llego a estas premisas después de ver que solo el tiempo y los malos momentos me hacen valorar y disfrutar más aquello que hice, aquello que, en el fondo, disfruté, aunque quizás no tanto como creía. Por falta de valor. Porque el presente lo intentamos disfrutar, pero sin darle ese valor que merece, ese valor que le damos posteriormente.

Por no entender, ergo, por no valorar, nace la célebre cita de “uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde”…y creo que la estoy empezando a entender.

jueves, 25 de febrero de 2010

El lenguaje de la verdad

Las palabras son una bonita melodía al viento, el tacto una suave pero fría lana, y la mirada una profunda flecha de verdad. No hay ningún otro acto ni tipo de declaración que pueda superar el poder y la atracción de la mirada. En ella, los ojos lanzan un dardo envenenado hacia el otro, que ni las palabras pueden igualar. Ya lo decía Shakespeare: “las palabras están llenas de falsedad o de arte; la mirada es el lenguaje del corazón”. El lenguaje limpio, sin trampas, el que nunca está manipulado…La mirada es capaz de descifrar cualquier código de amor o de verdad.

Nuestra mirada es incontrolable, va desde el corazón a los ojos a la misma velocidad en la que uno ya se ha dado cuenta que ha dicho un “te quiero” sin quererlo. Fugaz, irracional, pero muy pura. Así es la mirada. El primer acto de fe, de amor, de verdad…el primer beso. Inexistente si uno la fuerza, incalculablemente peligrosa si uno la intenta controlar.

¿Se pierden las miradas? No, la mirada es receptiva, el otro siempre la siente. ¿O acaso no duele una flecha? Duele tanto como una mirada que no quiere ser entendida…por miedo, por orgullo…¡qué más da! Este es el lenguaje que más sinceras verdades dice, que nunca miente, pero el que el humano menos entiende. Perdonen, el que menos queremos entender. Miren, entenderán.

jueves, 18 de febrero de 2010

El origen de la escritura

Hace mucho tiempo que no escribo, pero todavía hace más que no sé por qué no escribo.

Aparentemente, el arte de escribir es un monólogo en forma de palabras que luego cada cual decidirá leer a su manera. Pero las apariencias engañan. Al contrario de lo que se cree, la escritura no es ningún monólogo, sino un diálogo entre la razón y el corazón del escritor, del cual, posteriormente el lector será un simple cómplice de la escena.

Cada palabra, cada metáfora que plasma el escritor en su papel, cada una de ellas, es todo aquello que el corazón piensa. Las palabras son ideas que el escritor guarda en su alma y las expresa mediante la razón buscando lo bello, lo sublime; es decir, el corazón de los lectores.

Este es el proceso artístico de la escritura. Un camino que empieza en lo más profundo del corazón, para que luego la razón lo transmita a otros corazones, habiendo entre medio un diálogo entre la pasión y la razón del escritor que, si se resuelve positivamente, suele encontrar un equilibrio entre ambas.

Dicen que para entendernos, para entender, hay que llegar al origen. Por eso he querido conocer el principio de la escritura. Deduzco entonces, que la causa de mi problema radicaba en el corazón, que había dejado huérfana a la razón en un diálogo que, por el contrario, se había convertido en un simple monólogo racional.

Quizás hoy ha vuelto mi corazón. Quizás por eso, hoy he vuelto a escribir.