lunes, 22 de marzo de 2010

Un ángel al despertar

Se despertaba, casi nunca, con un ángel alado a su costado, aunque, casi siempre, lo hacía con un demonio endiablado. Este segundo, rodeado de fuego ardiente, le acompañaba todo el día, sin despegarse de su sombra. Le transmitía, a cada segundo, un ardor interno que no le abandonaba, aunque cuando, en algún momento, creía que de él se desquitaba, volvía esa sensación que se le comía por dentro. El humo del fuego no le dejaba respirar, y sus ojos se irritaban sin casi parpadear. Sólo esperaba que llegase la noche, quería volver a soñar, abandonar a ese diablo, y otro despertar. Pero allí seguía su pesadilla, sin marchar, sin cesar, sin permitirle una ilusión que disfrutar.

Alguna vez, en algún momento de su vida, despertó con un ángel vivaz. Blanco, puro, silencioso y tranquilizador. Éste, no le seguía, simplemente le daba un buen despertar y le dejaba volar. Esas celestiales sensaciones eran distintas que las de la gran mayoría de ocasiones, en las que el demonio le intranquilizaba. Cuando despertaba con la sonrisa del ángel, la paz interior le inundaba, y cada segundo sabía disfrutar. No le preocupaba nada, solo valoraba cada acto, cada gesto, en definitiva, cada instante de vida.

Pero ahora ese ángel no estaba, y el demonio, día y noche, le acosaba. La situación le empezaba a desbordar, sin saber que hacer, sin saber como obrar. Sentía pánico, angustia, y un miedo a la vida, una vida que pensó en abandonar. Pero un día entendió qué le faltaba, era aquello que sólo con el ángel encontraba. Algo que le hacía gozar, mientras la alegría le inundaba, y con penas no trataba. Empezó a querer aquello que le rodeaba, a sonreír cada experiencia que, buena o mala, la vida le regalara.

Llegó entonces un tiempo en el que demonio no aparecía. Cada mañana su ángel le protegía, y con una sonrisa le saludaba. Tenía ganas de vivir, de ser, de estar y de hacer. Pasaban días y el demonio nunca le volvió a perseguir. No entendía qué pasaba, pero esa sensación le gustaba. El corazón le latía, y no le ardía, su cabeza era un despejado y no nublado cielo, y su alma volaba, cuando antes empequeñecía.

Un día, al despertar, entendió porqué nunca más volvió a ver a su demonio. Pensaba que el ángel lo había derrotado, pero no fue él, sino ella. Había sido ella desde el mismo momento en el que decidió afrontar todo lo que le rodeaba, dícese la vida, con el mismo nombre que tenía ese ángel que hasta siempre le despertara. El ángel, ilusión se llamaba.

jueves, 4 de marzo de 2010

El valor de lo anterior

Vivimos en un inconformismo constante. Desde que nacemos, el acto más bello de todos, lloramos. Lágrimas de un dolor apasionado en ese instante, y de un alivio incomprendido con el paso del tiempo.

Nunca valoramos suficientemente lo que tenemos. No es un tópico, es un defecto humano. Vivimos el presente, que como bien dice la esencia de la palabra, es eso, un regalo; sin quererlo, sin valorarlo, solo los vivimos. Quizá el clásico Carpe Diem no esté a la altura. Quizá el contemporáneo Vive la vida deba convertirse en Entiende la vida.

Y llego a estas premisas después de ver que solo el tiempo y los malos momentos me hacen valorar y disfrutar más aquello que hice, aquello que, en el fondo, disfruté, aunque quizás no tanto como creía. Por falta de valor. Porque el presente lo intentamos disfrutar, pero sin darle ese valor que merece, ese valor que le damos posteriormente.

Por no entender, ergo, por no valorar, nace la célebre cita de “uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde”…y creo que la estoy empezando a entender.