martes, 27 de abril de 2010

El único camino

Como andando por una noche blanca de verano. Con la luna en su sitio, traspasada por una nube inoportuna, aunque necesaria, que le da al astro nocturno un sinsentido más profundo. Cada paso por la tierra, cada piedra que se mueva, cobra vida en este paseo mundano. Una farola tradicional en el centro de la plaza mayor, donde hasta hacía pocos minutos, unos jóvenes jugaban a esconderse entre los arbustos de la fuente. Y una mariposa, una mariposa que da vueltas alrededor de una luz tenue, pero viva, como si buscara la verdad sin, al parecer, conseguirlo. La noche avanza, la luna sigue en su sitio, y el mundo rueda. De repente, una brisa me agita el rostro, proporcionándome una sensación de frescor incontrolable. Mientras, observo mi cigarro medio apagado por ese viento veraniego que ha consumido su ceniza. Decido, entonces, seguir el sentido vital de la naturaleza y dar la última calada a un pitillo que jamás podré volver a fumar. Vendrán otros, pero ninguno como ese. Lo tiro al suelo, lo miro, y lo piso sutilmente. Luego, alzando la tez, miro al cielo estrellado, vislumbro la vía láctea, sonrío y me voy a dormir. Antes, pero, pienso que así deben sentirse las almas en cada instante. Almas en busca de paz interior, la única y verdadera felicidad.

martes, 13 de abril de 2010

...y despertó

No iba hacia ninguna parte. Anhelaba volver a ese instante. Su mayor deseo era dar un paso atrás, revivir aquello que erró y salir airoso. Ahora, desde la distancia, todo parecía fácil, muy fácil. Y seguía intentando retroceder. Pero sus pies no respondían. Entonces intentó avanzar. Pero no había respuesta. Seguía allí, quieto, sin moverse. Miraba al cielo, llovía. Estaba como encerrado entre dos cristales. Unos cristales que sólo le dejaban ver aquello que imaginaba, lejos de la realidad.

Su mente viajaba hacia atrás y hacia delante reviviendo momentos incorregibles, instantes irrecuperables y predicciones improbables. Olvidaba una cosa. El presente. No quería ver la realidad. No afrontaba la situación.

Revivía presentes pasados, con el objetivo principal de volver a ese instante y corregir ese fallo que le condenó. Una condena que no aceptaba, por eso seguía estéril, sin avanzar ni retroceder. Simplemente, vagaba por un mar de olas que se fueron y otras que jamás volverán.

Entonces, admitió su error. Aceptó su condena. Y dejó de sobrevolar por un futuro incierto. Despertó, y empezó a avanzar.