miércoles, 26 de mayo de 2010

Aquel miedo llamado libertad

Se prometió que jamás volvería a escribir sobre ello. Perjuró a todos los astros que su vieja pluma nunca mancharía papel alguno haciendo referencia a eso que tanto le dolió. Se equivocó. Pese a que lo negara, aunque aparentase vivir en una libertad absoluta, estaba condenado a ello. Por su sangre recorrían litros de tinta esperando escribir el epílogo de aquello que no terminó. Su corazón bombeaba un día sí y otro también aquella palabra que todavía seguía encarcelada en su cabeza.

Vivió para olvidar, pero se olvidó de vivir. Primero, por querer engañarse, después por miedo a liberarse. Conocía el camino para provocarse la catarsis liberadora que tanto necesitaba, pero le daba pánico dar el primer paso, ese que termina siendo más largo que el propio camino.

Su mano temblorosa amagaba intentos vitales. Su corazón latía a la misma velocidad que sus parpados se cerraban por miedo a la realidad. Entonces, en el preciso instante en que su mano se detuvo, su corazón bombeó pausadamente, y su párpado se mantuvo abierto, en ese preciso instante, volvió a escribir con su vieja pluma aquella palabra en el papel. Y se liberó.