lunes, 16 de febrero de 2009

Lo único que nos da vida

Se despertó gracias a la luz del Sol que cegaba sus ojos, y sin pensárselo dos veces se dio media vuelta para darle los buenos días con un fuerte beso, pero no estaba. Se quedó unos segundos vacilante, pero se repuso y se vistió con sus mejores galas. Fue a desayunar al bar donde lo hacía siempre y donde ella nunca fallaba a la cita, pero su silla estaba vacía. Pidió para él y, lógicamente, para ella; pero su café con leche y la magdalena que ella siempre comía se quedaron ahí, intactos.

Se fue a trabajar con una gran duda, pero intentó ponerse esa careta con la que lleva una sonrisa de par en par. Al finalizar la jornada laboral rezó para que ella estuviera esperándole en la puerta del trabajo como solía hacer en las grandes citas. Pero no, ni rastro de su belleza.

Cabizbajo empezó a andar por la gran avenida mientras el Sol se apagaba y las primeras gotas de lluvia iban cayendo sobre su cabeza. Cabeza que solo hacía que pensar en ella, en dónde estaría, en cómo la encontraría. Poco a poco, las gotas de lluvia que se deslizaban por su rostro se convirtieron en lágrimas de penuria, de dolor, de impotencia…

…Paso tras paso fue llegando a casa, a la fatídica meta donde empezó a perder esa luz que le despertó bien pronto por la mañana y que ahora, en la tenue oscuridad al final del día, le adormecía la vida. Y cuando pensaba todo eso, cuando estuvo a punto de darlo todo por perdido, giró la cabeza y le dio las buenas noches con un fuerte beso.

Estaba allí, se llamaba Esperanza.

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