martes, 10 de marzo de 2009

Diálogos internos

R: ¿Por qué siempre me puteas?
P: ¿Cómo?
R: Sí, lo que oyes, que eres peor que el diablo.
P: Perdóname ángel celestial…
R: Es que siempre impides que todos conozcan mi versión.
P: Será que yo soy más atrayente que tú.
R: Sí, me jode reconocerlo, pero así es.
P: Entonces, ¿de qué te quejas?
R: Pues me quejo de que todos aquellos pocos que te abandonan y acaban apostando por mí, siempre, y siempre, terminan rechazándote y se alegran de haber venido a mí. Pero son pocos.
P: ¡Ja, ja!
R: ¿De qué te ríes sinvergüenza?
P: De que es gracioso, porque los muchos que se quedan conmigo siempre acaban rechazándome y se lamentan a cielo abierto no haber llegado hasta ti.
R: ¿Y por qué los retienes contigo?
P: Porque mientras están en mis manos parecen felices…
R: …¡no!, están cegados…
P: …y parece que no te necesitan…
R: ¿pero cuándo llega el final, qué sucede?
P: He aquí la cuestión. Me odian, me desprecian y desean haberte conocido antes.
R: ¿Qué concluyes, entonces?
P: Pues que soy un delicioso caramelo que atrapo en segundos, hago disfrutar por instantes y puedo matar para toda una vida.
R: ¿Y yo qué soy?
P: Aquel que siempre toma la decisión correcta. Aquel que se esconde tras de mí, o quizás aquel al que yo no dejo ver.
R: …así es…
P:…pero, por qué no reconocerlo, eres a la larga el que beneficia a todos.
R: ¿Te has dado cuenta de una cosa?
P: No, dime…
R: ¡Que te he hecho razonar!
P: Quizás todo consista en esto…en hacer razonar a la pasión.

(Lo que discutirían la razón y la pasión en cualquier instante, en cualquiera de nosotros...)

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