lunes, 6 de abril de 2009

¿Te acuerdas?

Llevaba medio año viviendo en Tokyo y el olor a sushi ya se había apoderado de mí. Cualquier calle, cualquier local o hasta cualquier prenda de mi cuerpo estaban imbuidos de ese olor que, en el fondo, ya no diferenciaba de nada, porque todo era sushi.

En otra tarde oscura y algo nostálgica decidí entrar en una tienda de souvenirs nipones. Pensé que quizás así me familiarizaría con una cultura tan extremadamente distinta a la mía. Y cual fue mi sorpresa, que al entrar al local percibí un olor distinto al de los últimos seis meses. Me detuve dos, cinco o quizás diez minutos en esa tienda, de la cual no recuerdo ni un solo objeto, para contemplar con mi olfato todo lo que su olor me transmitía. Fue así como recordé un domingo por la noche cualquiera en mi casa, con ese olor a madera mojada que me advertía que el fin de semana ya moría para dar paso a otro lunes cualquiera.

Salí de esa tienda con ganas de recordar más, y así fue. Me subí al autobús que me tenía que llevar a mi trabajo. Durante el trayecto sentí estar de nuevo en las aulas de la universidad, ya que un olor indescriptible se apoderó de mi nariz y me permitió sentir por unos minutos que volvía a ser un estudiante más.

Bajé una parada más tarde de lo normal…¡Estaba tan a gusto en esa aula de mi universidad! Luego, fui andando hasta mi lugar de trabajo, pero no sin antes entrar a un bar para comer algo. Un bar con un olor a jazmín que me hizo sentir como en casa de Pedro, mi mejor amigo y con el que me había pasado horas y horas discutiendo, fumando, riendo y escuchando música que sólo él y yo entendíamos.

Miré el reloj y se me hizo la hora, así que me despedí de Pedro. Llegaba tarde a la oficina, aunque el tiempo se detuvo en el ascensor. Empecé a imaginar un balón, los compañeros de mi equipo de fútbol y tantos sábados de gloria a mis espaldas. Aquel elevador olía igual que el vestuario en el que tantos buenos momentos viví. Un olor único a humedad afrutada.

Cayó la noche sobre Tokyo. Decidí pasear por una ciudad todavía desconocida para mí. La contaminación sólo me permitía ver cuatro pequeñas estrellas y una luna que menguaba, un escenario muy triste para alguien que estaba solo entre millones de desconocidos. Por tanto, antes de llegar a casa, entré al videoclub a coger alguna película que me hiciera compañía. Pero no necesité ningún film, porque me topé con ella. No me lo podía creer. Gisela, la mujer de mi vida, estaba allí, en ese videoclub. Cerré los ojos, respiré hondo y le di un golpecito en la espalda para que se girase. Pero no, Gisela no estaba, sólo su perfume, olor del cual siempre creí que es lo más parecido al cielo que existe sobre la faz de la tierra.

Abrí los ojos y la chica del videoclub me preguntó si quería una bandeja de sushi para llevar. ¡O no! Bienvenido al mundo real pensé. De nuevo todo olía como en los últimos seis meses, pero ya nadie me quitaba que durante un día había realizado un viaje en el tiempo y en el espacio a mi verdadera vida, a mi dulce hogar, a mis incumplidos sueños…a todo aquello que me gusta oler. A todo aquello que me evoca recuerdos…recuerdos que sólo retengo a través de olores…olores que percibe mi olfato y calan hondo en mi memoria. ¡Qué bello es recordar oliendo!

1 comentario:

  1. Hace muchos años, algo así como 25 o tal vez 30, vivía en una barraca a unos metros de un reguero pestilente. Con el tiempo dejé de percibir aquel olor, me acostumbré. Hace unos días, volví de nuevo a mi infancia cuando de golpe, paseando por el campo,llegó a mi nariz aquel olor a aguas residuales. Cerré los ojos. Al abrirlos quise tener de nuevo cinco años, pero no, no tenía cinco años. Y el aire olía mal.
    Micaela

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